20120328

Apoyé la mano en los azulejos de la pared, y me sumergí, hasta el fondo, como si mi tristeza y todo lo que me oprimía me aplastaran hasta quedar yo agachado, más o menos, bajo la superficie.
Me maravillaba mi propia capacidad de crear infiernos a medida. Todo se desplazaba dentro de mí como un universo en expansión, lenta pero inexorablemente. Abrí la boca y grité, en parte porque lo necesitaba, en parte porque allí abajo nadie te oye. Es bonito que mis miedos se conviertan en burbujas, pensé.
Me planteé quedarme ahí un rato. O para siempre. Imaginé mis pulmones llenos de agua, y mi corazón immóvil.
Quizá alguien me echaría de menos. ¿Pensarían en Jacques, aquel chico alegre, generoso y amable? Sí. Por supuesto. Nadie me conocía en realidad.
No quiero que me recuerden como alguien que no he sido. Y, qué raro, ni siquiera quiero que lo hagan como sí he sido. ¿Y por qué, si hay tanta gente, me siento tan solo?
Algo en el agua, en mi propia piel, algo, algo, algo. De pronto recordé los labios oscuros de esa chica. Emery-corazón-de-acero. ¿Así se llamaba? Qué nombre tan extraño. Ella valía la pena. Un día, recordé, le dije que creía en ella. Porque de verdad lo hacía.
Cuánto costaba aguantar el aire.
Salí a respirar.

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