20120128

La noche en que por fin fuiste mía.

Eran las once, o las doce; estaba borracho, o quizá no. Lo único que recuerdo eran las llaves escurriéndose entre mis dedos húmedos y la suave luz del porche y tus dedos bajando por mi espalda.

La puerta se abrió con un chasquido, y desapareciste por el pasillo, hacia mi cama, dejándome temblando y expectante.

Me esperabas sentada, la espalda descubierta y el pelo revuelto. Tus ojos chispeaban en la oscuridad, y me besaste el cuello y la mandíbula. De pronto, tu vestido ya no estaba.

Apagaste la luz porque "no me hace falta verte para hacerte el amor. Siento cada centímetro de tu piel en mis dedos."

Palabras textuales.

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