20120128

Sigrid se coló en mi casa, en mi cama, en mi vida. Sin permiso ni carta de presentación. Pronto, llenó mi habitación con su olor. Me despertaba metiendo sus manos frías bajo mi camiseta, y era inútil enfadarse con ella, porque acababa besándome con sus labios rojos, y, oh, qué labios.

Y pasábamos la noche despiertos, yo dibujando sus piernas y ella mirándome, devorándome.

A veces me sentía pequeño, muy pequeño, como si ella fuera una diosa y yo una mota de polvo que había tenido la suerte de aterrizar en su hombro.

Sigrid escribía poesía. Un día cogió un rotulador y se sentó en el suelo, y escribió las palabras que más le gustaban, otras que odiaba y después me escribió a mí.

-Así te piso cuando entro en la habitación -dijo, y yo no supe qué decir. Vamos, seamos sinceros, nunca supe qué decir.

No hay comentarios: