Ella se paseaba distraídamente entre los muebles, y había algo en su pelo, en su vestido, en sus medias, que no encajaba con todo lo demás. No me refiero a los cachivaches polvorientos, o a las paredes desnudas, ni siquiera a el edificio modernista. No, ella sencillamente no encajaba con nada. Ni con mi calle, ni con mi vida, ni con nada que yo pudiera recordar.
Se detuvo en medio de su parloteo suave y me miró fugazmente. Me dio un vuelco el corazón, y tuve que recordarme a mí mismo que ella amaba (creía amar) a otra persona. Y no dejaba de preguntarme por qué. Así que hice una brecha en la gruesa pared que me rodeaba y conseguí que unas cuantas palabras, aunque dolientes, salieran de entre mis labios.
-Háblame de ti y de... de...
No pude decirlo, pero ella lo entendió. Se le encendieron las pupilas, y me sentí miserable.
-Es más de lo que alguien pueda imaginar. No... No -hizo una pausa-. Es exactamente lo que una persona pueda imaginar.
Callé, pensando en cómo era posible que una persona fuese exactamente lo que imaginas, y después llegué a la conclusión de que ella no había vivido mucho. O sí había vivido mucho, pero nunca imaginando demasiado.
Ella seguía hablando.
-Le conocí en la tienda donde él trabaja. Yo advertí que me miraba de reojo, pero a mí él no me interesó en un principio.
Qué terrible debe ser la vida de alguien que tiene tanto entre lo que elegir que no comprende que lo perfecto está en los detalles, pensé. Entendí entonces lo que ya había intuido antes: que no la conocía en absoluto. Y esa certeza me aterraba.
-Charlamos un poco -prosiguió-. Me gustaba la forma en que me miraba, como si creyera que yo tenía algo más bajo la piel.
Me estremecí.
-Cuando iba a irme, él me cogió de la manga y me dijo: "Espera, no puedes marcharte. Aún no sé qué cara pones cuando te miras al espejo, o si has visto nevar, o dónde tienes las cosquillas." Y así de sencillo, supe que le amaba.
Fingí una sonrisa. Ese tío tenía toda la pinta de ser tan sólo un puñado de palabras bonitas. Y es que lo eran. Tuve el estúpido deseo de haber dicho yo esa sarta de tonterías (que no lo eran tanto, la verdad). Ella me miraba, pero no me miraba. Su corazón estaba en otra parte. Y eso me dolió más que todas las cosas tristes del mundo. Quise soltar todos mis pensamientos enredados de golpe, pero sencillamente no pude. En lugar de eso, me quedé allí sentado como el imbécil que era, calentándome las manos en la estufa portátil.
Al poco rato, ella se despidió, y mi piso se oscureció de nuevo.
20121013
20120905
Before you I serve nothing
Primero se oyó
un portazo y luego los pasos de alguien que bajaba la escalera a toda prisa,
desesperadamente, huyendo. El chico alzó la cabeza, con un destello de
curiosidad en su mirada normalmente apática. Se quedó allí plantado, con las
cartas que acababa de recoger del buzón en una mano, la otra agarrando la
barandilla.
De pronto
apareció un torbellino de ropa en el primer rellano. Era una chica; estaba
hecha un desastre. Tenía los ojos empañados y la cara húmeda, y los mechones de
pelo anaranjado se le pegaban a las mejillas. Su vestido era enorme, tanto que
tenía que agarrárselo con las manos por la parte delantera para no tropezar.
Esto permitió al chico vislumbrar sus medias negras y sus piernas curvadas y
femeninas. Este se sonrojó, apartando la vista. Se dio cuenta de que apretaba
la barandilla con tanta fuerza que los nudillos se le habían puesto blancos. Se
sentía más que incómodo ante aquella presencia tan arrolladora, y se preguntó
por qué se habría parado aquella chica justo delante de él.
También se preguntó
de dónde habría salido, y si no le importaba que un extraño viera sus medias
negras.
La miró a la
cara, expectante. Sus ojos eran preciosos. Conocidos, de alguna forma. Tenía el
ceño fruncido, y el chico se sobresaltó, porque su mirada destilaba una
tristeza tan honda como el océano. Y no solo tristeza; también había
humillación y decepción. Hastío. Necesidad de algo nuevo. Todo eso estaba
escondido en sus ojos.
El chico sintió
la necesidad de llevársela muy lejos, donde pudiera olvidar todo lo que le
hacía daño. Sin saber por qué, quería cogerle la mano, bajarle el vestido y
decirle que todo iba a salir bien. De verdad. Pero en vez de eso, se apartó
para dejarla pasar. No era el tipo de chico que hacía esas cosas. Nunca lo
había sido. Nadie le había enseñado a correr detrás de alguien, a pedirle que
se quedara un rato. Así que, simplemente, se apartó.
Ella parpadeó y
sacudió la cabeza levemente antes de pasar como una exhalación junto a él y
salir por la puerta, dejándola abierta de par en par.
Él se quedó
unos segundos inmóvil. Habría jurado que, de alguna manera, haberse apartado
sin decir nada había herido a la chica aún más. Había corroborado algo que ya
sabía, aunque le doliera hacerlo.
Subió las
escaleras, lentamente, hacia su piso, pensando que no había hecho feliz a una
persona en toda su vida.
20120723
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