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20111224
And this is real life. The way you can deal with those situations is by making decisions, and you either do or you don’t want to be involved with them. I know it’s way more complicated then that, but that’s the step you need to take. It’s the time spent contemplating which is the hardest. Perfection cannot be reached, because nothing’s perfect, but things can change, and so can people.
Time here is short. Fuck what you know, or think you know, and just be and give yourself some credit for the work you put in with your own two hands, but remember to never forget the people and things that have helped you along the way. Surround yourself with the people you love, and well, if they don’t love you, then they really aren’t your friends.
You only have one chance to live in this spec we call life, so stay the fuck in school, and say fucking no to drugs. Tomorrow, smile at a perfect stranger. Don’t forget how lucky we are to be alive, take advantage of every day. There is life in every breath you take, and there is hope with every move you make, and every single mistake you think you’ve made should make you feel alive. Remember there might not be a tomorrow.
Skies are blue and I’m alive. So all is well.”
- John Cornelius O’Callaghan V
20111222
You believe in miracles?
Jacques dijo que ya no creía en nada. Fue un miércoles, lo recuerdo. Lo recuerdo porque ese fue el único día que me pesó más el corazón que la cabeza.
Eran más o menos las cuatro de la tarde y me lo encontré de cara junto a mi esquina, y lo dijo.
"Hoy ya no creo en nada."
Sus labios no mentían, pero sus ojos me miraban como si esperase que yo soltara una carcajada de pronto o rebatiera sus irrebatibles palabras. Como si necesitara que yo le salvase.
"Ja", pensé.
-¿Y eso? -dije.
Sus pestañas cayeron. Yo no dejaba de pensar que aquel miércoles a las cuatro de la tarde junto a mi esquina estaba muy guapo. Pero claro, eso no se lo iba a decir.
-Lo he decidido. De todas formas, no hay nada que valga la pena ya. Nada merece que yo crea en ello.
-¿Ni siquiera el ratoncito Pérez?
Arqueé las cejas, intentando sonar lo más seria posible.
Entrecerró los ojos.
-Lo digo en serio.
-Vale -hice una pausa-. ¿Los reyes magos, quizá?
Me lanzó una mirada que destilaba veneno. Entonces me di cuenta de que deseaba que él creyera en algo. A ver, ¿quién iba a sonreírme todas las mañanas en el pub sino míster-Jacques-dentadura-perfecta?
Le di un toque en el hombro.
-Eh, Jacques.
Ladeó la cabeza.
-Eh, Emery.
-Ya sabes... Ya sabes que siempre puedes creer en mí -aparté la mirada. Había costado menos de lo que pensaba.
Entonces sonrió y me encontré desarmada, aterrada.
-Vale, Emery-corazón-de-acero. Ya lo hago.
20111216
20111215
20111210
Cuando las nubes colgaban de las paredes. Fue entonces cuando apareció en mi puerta, armado con la fuerza devastadora de sus ojos de piedra, su sonrisa extraña y sus alas de pájaro. Y me miró y caí al suelo. Derrota. Porque esa mirada era tan... normal, tan punzante y tan desconocida que daba miedo. Se enredó con mis manos y su voz me acarició, aduladora, anhelante, frenética. Delirio. Me parece que así se llamaba. Creo que lo dijo entre susurros, a salvo bajo la oscuridad de mis pestañas. Me rodeó con sus plumas brillantes, doradas, rojas, tan cambiantes. Todo él era cambiante, si le miraba de reojo desaparecía y, con un parpadeo sonriente, aparecía de nuevo a mi lado diciéndome: Róbame...
Cuando el sol nos arañaba las mejillas. Fue entonces cuando me llevó a su casa, alzada por varios palos de madera vieja, con las paredes negras y rojas y blancas, desconchadas, las ventanas sucias, las habitaciones vacías y el suelo de madera. Y el sol. El sol que lo inundaba todo, que proyectaba rayos polvorientos en los cristales y que nos vigilaba mientras nos pellizcábamos el alma el uno al otro, dejando caer risas y suspiros que se escondían en rincones inexistentes.
Cuando el cielo parecía estar un poquito más cerca. Fue entonces cuando atrapamos la luna entre el dedo pulgar y el índice. Y me hice un huequecito en su corazón que no latía, y lo hice latir. Y le cerré esos ojos que nunca lloraban, y los hice llorar. Memoricé cada reflejo, cada color y cada parpadeo de sus alas cambiantes, que dejaban caer, lentamente hasta el suelo, plumas blancas semejantes a enormes copos de nieve. Pero eso solo fue cuando el cielo parecía estar un poquito más cerca. Tan solo lo parecía.
Cuando el mundo se nos cayó encima. Fue entonces cuando apagó su sonrisa extraña y también apagó la mía, y me dejó sola en esa casa grande de ventanas sucias y paredes desconchadas. Y las habitaciones estaban más vacías que nunca. Y el polvo empezó a colarse por mi garganta, me ahogaba, me mataba. El sol se fue a otra parte y allí estaba yo, tirada en el suelo de madera, sin poder hacer otra cosa que observar mi propia muerte. Delirio.
-Yo... yo confío en él.
-¿De verdad? –Ceniza sonríe pero sus ojos son duros como la roca.
-Sí. Sí. Sí, joder.
-Imposible, cariño. Porque el Turco no es de los que luchan. En realidad ninguno lo es. Ya no quedan héroes. Él grita si le dices que grite. Salta si le dices que salte. Sangra si le dices que sangre. Pero no se quedará a salvarte la vida si se lo pides con lágrimas en esos ojos que tienes y la voz rota de tanto gritar. Se irá, porque es así. Porque él solo hace lo que le han enseñado, se sabe la teoría pero no la práctica. Le han enseñado a cargar una ametralladora, sabe como manejar un puñal...
-... Pero no entiende lo que significa arder por alguien, ¿es eso? –ella sonríe.
-Es eso, cariño.
-Entonces, Ceniza, entonces le alcanzaré. Me tragaré las lágrimas y la voz y me levantaré aunque tenga agujeros de bala en los brazos y en las piernas, aunque las costillas se me quiebren y aunque esos cabrones Conquistadores me hayan maldecido mil veces.
Y, cuando lleguen, ya nos habremos ido.
-Eh. Ésta es mía.
Evan la cogió por el pelo, salvaje, tormenta. Era una miserable más. De las que gritan. Y luego lloran. Nada que valiese la pena. Tenía las manos atadas. Evan caminó hasta la colina y la dejó caer ahí, al suelo seco.
-Morirás mañana. Con los demás. Hasta ese momento, eres mi prisionera. Yo decido, ¿vale? –dijo sin mirarla, normalmente, a las chicas no les solía gustar que las observaran mientras se desmoronaban.
Sí, Evan, pero yo soy Buria, y Buria no pega con normalmente.
-Oye –ella le miró, y tenía un ojo de trueno y otro de relámpago, y de los labios saltaban chispas-. Yo vuelo sin alas y sin aire. Cabrón. Soy tormenta de verano y sol de invierno. Yo soy Buria. Y puedes decidir lo que te dé la gana, pero no me cuentes cuándo voy a morir.
Y dime... ¿cómo no le regalaba la vida ahí mismo?
conquistadores
El Capitán es nuestro oasis en el desierto, nuestro Clavo Ardiendo. Nos enseña a luchar sin perder el orgullo y algo más, el corazón, y nos grita que nosotros podemos hacer que los relojes vayan al revés si lo deseamos.
-¿Os parece feo? ¿Os parece horrible? –brama desde arriba del montón de piedras de cemento, haciendo amplio gesto con la mano que abarca todo el pequeño desierto gris que es el horizonte-. ¡Pues puede ser jodidamente peor! Así que guardaos las estupideces para cuando todo esto se acabe, pero ahora... ¡ahora toca echar a esos malditos! ¡Nadie conquista nuestras tierras, Lobos! Probablemente pensaréis que yo tengo experiencia, o que soy más inteligente, lo cual es verdad, pero... La experiencia no existe, Lobos. La experiencia es la acumulación de los errores. Y aquí no hay de eso. No soy un modelo a seguir. ¡Soy vuestra maldita conciencia! ¡Defended vuestros corazones!
Allá vamos.
Lobos.
-Abril me gusta.
-¿Abril? –arquea una ceja.
El otro se encoge de hombros y una sonrisa de esas de las suyas, con carga explosiva, le flaquea en los labios.
-Ya sabes, la de la 61. La del pelo del color del chocolate negro –añade con ligereza, posando la mirada en las botas de su compañero.
-Sé quién es, pero, quiero decir... ¿Abril? Te odia –dice sin rodeos. Clava los ojos en el rostro pálido de su compañero. Ceniza enseña los colmillos.
-Lo sé, maldita sea, lo sé. Lo veo cada día. Me lo dicen sus ojos cuando la miro y me lo grita su sonrisa condescendiente.
-Y no parece que te disguste demasiado.
-La verdad es que me encanta. El odio es mejor que el amor, porque amor no hay suficiente y tampoco hay muchas personas a quien dárselo. En cambio puedes odiar a quien quieras –se levanta-. Y me parece que voy a luchar.
-Dijiste que no lo harías –observa el Turco, jugueteando con una pequeña piedra.
-Pero, joder, por ella lucho aunque el Sol se caiga de donde sea que está colgado.
-No se lo digas a nadie, pero Abril sabe tocar la guitarra –le susurra Siempreviva mientras limpian los fusiles.
El Turco sonríe.
-¿Es un secreto?
-Sí.
-Vale.