20111210

Cuando las nubes colgaban de las paredes. Fue entonces cuando apareció en mi puerta, armado con la fuerza devastadora de sus ojos de piedra, su sonrisa extraña y sus alas de pájaro. Y me miró y caí al suelo. Derrota. Porque esa mirada era tan... normal, tan punzante y tan desconocida que daba miedo. Se enredó con mis manos y su voz me acarició, aduladora, anhelante, frenética. Delirio. Me parece que así se llamaba. Creo que lo dijo entre susurros, a salvo bajo la oscuridad de mis pestañas. Me rodeó con sus plumas brillantes, doradas, rojas, tan cambiantes. Todo él era cambiante, si le miraba de reojo desaparecía y, con un parpadeo sonriente, aparecía de nuevo a mi lado diciéndome: Róbame...

Cuando el sol nos arañaba las mejillas. Fue entonces cuando me llevó a su casa, alzada por varios palos de madera vieja, con las paredes negras y rojas y blancas, desconchadas, las ventanas sucias, las habitaciones vacías y el suelo de madera. Y el sol. El sol que lo inundaba todo, que proyectaba rayos polvorientos en los cristales y que nos vigilaba mientras nos pellizcábamos el alma el uno al otro, dejando caer risas y suspiros que se escondían en rincones inexistentes.

Cuando el cielo parecía estar un poquito más cerca. Fue entonces cuando atrapamos la luna entre el dedo pulgar y el índice. Y me hice un huequecito en su corazón que no latía, y lo hice latir. Y le cerré esos ojos que nunca lloraban, y los hice llorar. Memoricé cada reflejo, cada color y cada parpadeo de sus alas cambiantes, que dejaban caer, lentamente hasta el suelo, plumas blancas semejantes a enormes copos de nieve. Pero eso solo fue cuando el cielo parecía estar un poquito más cerca. Tan solo lo parecía.

Cuando el mundo se nos cayó encima. Fue entonces cuando apagó su sonrisa extraña y también apagó la mía, y me dejó sola en esa casa grande de ventanas sucias y paredes desconchadas. Y las habitaciones estaban más vacías que nunca. Y el polvo empezó a colarse por mi garganta, me ahogaba, me mataba. El sol se fue a otra parte y allí estaba yo, tirada en el suelo de madera, sin poder hacer otra cosa que observar mi propia muerte. Delirio.

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