Apreté la mejilla contra la pared fría.
-¿Cómo te sientes?
-Veamos... tengo los pies helados y una canción atragantada -hizo una pausa-. ¿Y tú?
-Me siento de colores.
-¿De colores?
Su voz sonaba a risa.
-Ajá.
-¿De todos?
Yo me dibujaba círculos en la pierna con el dedo. Me detuve.
-No. No me siento muy verde, la verdad.
-El verde es el color de la esperanza, o eso dicen.
-Tampoco siento esperanza -ladeé la cabeza-, así que supongo que tienen razón.
-De todas formas, la esperanza no es buena -lo dijo bajito.
-¿Y eso, señor Filósofo?
-De ella se sobrevive, pero no se vive.
-Ya. Y vivir no es sobrevivir. Lo sé.
-¿Tú qué haces?
Lo pensé.
-Yo intento vivir. Me parece.
-No lo intentes. Hazlo.
Suspiré.
-No es tan fácil, ¿sabes?
-Espera -dijo, y le oí levantarse. A los pocos segundos entró de un salto por mi ventana.
-¿Qué demonios haces? -pregunté entrecerrando los ojos.
-Esto no lo puedo hacer con una pared en medio -murmuró, se acercó a mí y me abrazó. A continuación me besó en el cuello, una vez, dos. Yo me moría.
-No lo intentes. Hazlo.
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