Primero se oyó
un portazo y luego los pasos de alguien que bajaba la escalera a toda prisa,
desesperadamente, huyendo. El chico alzó la cabeza, con un destello de
curiosidad en su mirada normalmente apática. Se quedó allí plantado, con las
cartas que acababa de recoger del buzón en una mano, la otra agarrando la
barandilla.
De pronto
apareció un torbellino de ropa en el primer rellano. Era una chica; estaba
hecha un desastre. Tenía los ojos empañados y la cara húmeda, y los mechones de
pelo anaranjado se le pegaban a las mejillas. Su vestido era enorme, tanto que
tenía que agarrárselo con las manos por la parte delantera para no tropezar.
Esto permitió al chico vislumbrar sus medias negras y sus piernas curvadas y
femeninas. Este se sonrojó, apartando la vista. Se dio cuenta de que apretaba
la barandilla con tanta fuerza que los nudillos se le habían puesto blancos. Se
sentía más que incómodo ante aquella presencia tan arrolladora, y se preguntó
por qué se habría parado aquella chica justo delante de él.
También se preguntó
de dónde habría salido, y si no le importaba que un extraño viera sus medias
negras.
La miró a la
cara, expectante. Sus ojos eran preciosos. Conocidos, de alguna forma. Tenía el
ceño fruncido, y el chico se sobresaltó, porque su mirada destilaba una
tristeza tan honda como el océano. Y no solo tristeza; también había
humillación y decepción. Hastío. Necesidad de algo nuevo. Todo eso estaba
escondido en sus ojos.
El chico sintió
la necesidad de llevársela muy lejos, donde pudiera olvidar todo lo que le
hacía daño. Sin saber por qué, quería cogerle la mano, bajarle el vestido y
decirle que todo iba a salir bien. De verdad. Pero en vez de eso, se apartó
para dejarla pasar. No era el tipo de chico que hacía esas cosas. Nunca lo
había sido. Nadie le había enseñado a correr detrás de alguien, a pedirle que
se quedara un rato. Así que, simplemente, se apartó.
Ella parpadeó y
sacudió la cabeza levemente antes de pasar como una exhalación junto a él y
salir por la puerta, dejándola abierta de par en par.
Él se quedó
unos segundos inmóvil. Habría jurado que, de alguna manera, haberse apartado
sin decir nada había herido a la chica aún más. Había corroborado algo que ya
sabía, aunque le doliera hacerlo.
Subió las
escaleras, lentamente, hacia su piso, pensando que no había hecho feliz a una
persona en toda su vida.
1 comentario:
Ya extrañaba leerte, y tus dibujos y tus poderes sex... mentales. RAWR.
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